Capitulo X
Satanás continuó en sus visitas casi durante un año; pero, por último, empezó a venir con menor frecuencia, y acabó no viniendo en muchísimo tiempo. Sus ausencias me dejaban siempre solitario y melancólico. Tuve la sensación de que él perdía interés en nuestro minúsculo mundo y que en cualquier momento abandonaría por completo sus visitas.
Finalmente, al presentarse cierto día, mi júbilo fue extraordinario, pero duró poco tiempo. Me dijo que había venido a despedirse de mí de una manera definitiva. Tenía que realizar investigaciones y llevar a cabo empresas en otros rincones del universo, según me dijo, y ellas lo mantendrían ocupado durante un período de tiempo superior quizá al que a mí me sería posible esperar.
—¿Te marchas, pues, para no regresar jamás?
—Sí —me contestó—. Nuestra camaradería ha durado mucho tiempo y ha resultado agradable, agradable para los dos; pero debo marcharme, y jamás volveremos a vernos.
—En esta vida no, Satanás; pero ¿en la otra? ¿Verdad que en la otra nos encontraremos?
Entonces, con toda tranquilidad y sosiego, me respondió de esta manera sorprendente:
Sopló sobre mi espíritu desde el suyo una influencia sutil que me inspiró un sentimiento confuso, indeciso, pero bendito y esperanzador de que quizá esas increíbles palabras fuesen verdaderas, que por fuerza tenían que ser ciertas.
—¿Nunca lo habías sospechado, Teodoro?
—No. ¿Cómo podía sospecharlo? Pero si, por lo menos, fuese cierto...
Surgió dentro de mi pecho un borbotón de felicidad; pero antes que pudiera manifestarse en palabras se vio frenado por una duda, y dije:
—Pero..., pero... esa vida futura la hemos visto, la hemos visto en su realidad; de modo que...
—Fue aquello una visión, que no tenía realidad.
La inmensa esperanza que forcejeaba dentro de mí apenas si me dejaba fuerzas para respirar.
—¿Una visión? Una... vi...
—La vida es sólo una visión, un sueño. Fue una descarga eléctrica. ¡Vive Dios, que ese mismo pensamiento lo había yo tenido mil veces durante mis meditaciones a solas!
—Nada existe; todo es un sueño. Dios, el hombre, el mundo, el sol, la luna, la inmensidad estelar, un sueño, todo un sueño; no tienen realidad. ¡Nada existe, fuera del espacio vacío... y tú!
—Y tú no eres tú; no tienes cuerpo, ni sangre, ni huesos; no eres sino un pensamiento. Yo mismo no tengo realidad; no soy sino un sueño, tu sueño, una criatura de tu imaginación; bastará un instante para que te des cuenta de ello, y entonces me borrarás de tus visiones y yo me disolveré en la nada de la que me formaste. Estoy ya dejando de existir, estoy decayendo, estoy muriendo. De aquí a unos instantes te encontrarás solitario en el espacio sin límites, para que vayas y vengas por su soledad inacabable sin ningún amigo ni camarada, porque serás por siempre un pensamiento, el único pensamiento existente, inextinguible e indestructible por tu misma naturaleza. Pero yo, tu pobre servidor, te he revelado a ti mismo y te he dado la libertad. ¡Sueña otros sueños, y que sean mejores! ¡Qué cosa más extraordinaria el que no lo hayas sospechado años ha, siglos, edades, eones! ¡Porque tú has existido, sin compañía de nadie, por todas las eternidades! ¡Cosa verdaderamente extraña el que tú no hayas sospechado que tu universo y su contenido eran únicamente sueños, visiones, ficciones! ¡Cosa verdaderamente extraña! Porque, como todos los sueños, ésos eran franca e histéricamente disparatados; por ejemplo, el de un Dios que pudiendo crear con la misma facilidad hijos buenos que malos, prefiriese crearlos malos; que pudiendo hacerlos a todos felices, no haya hecho ni a uno solo completamente feliz; que les haya hecho apreciar en mucho su áspera vida, y que, sin embargo, se la haya cortado de pronto de manera tan mezquina; que otorgó a sus ángeles una felicidad eterna sin que la ganasen, exigiendo, en cambio, a los demás hijos suyos, que hiciesen méritos para conseguirla; que otorgó a sus ángeles unas vidas libres de todo dolor, al mismo tiempo que echaba sobre sus demás hijos la maldición dé angustias más vivas y de enfermedades de cuerpo y de alma; que habla de justicia e inventó el infierno, que habla de misericordia e inventó el infierno, que pronuncia las normas básicas de conducta y de perdón multiplicadas por siete veces siete e inventó el infierno; que impone a los demás normas morales y no guarda ninguna; que frunce el ceño ante los crímenes, y que los comete todos; que creó el hombre sin que nadie se lo pidiese, y trata luego de descargar sobre ese hombre la responsabilidad de sus actos, en lugar de cargarla, como es lo honrado, sobre sí mismo; y, por último, con una torpeza completamente divina, ¡invita a ese pobre y maltratado esclavo a que le rinda adoración!
Ahora comprendes ya que todas esas cosas son imposibles como no sea en un ensueño. Ahora comprendes que son puros y pueriles despropósitos, creaciones estúpidas de una imaginación que no tiene conciencia de sus monstruosidades. En una palabra: que son sueños, y tú quien los crea. Llevan todas las señales de los sueños, y deberías haberlo advertido antes. Esto que te he revelado es cierto; no existe Dios, ni el universo, ni la raza humana, ni la vida terrenal, ni el cielo, ni el infierno. Todo es un sueño, un sueño grotesco y disparatado. Nada existe sino tú. Y tú no eres sino un pensamiento, un pensamiento nómada, inútil, sin hogar propio, que vagabundea desamparado por el vacío de las eternidades. Satanás desapareció, dejándome anonadado; porque yo sabía, tenía la certeza, de que todo cuanto me había dicho era verdad.